El 26 de octubre de 1685 nació el músico italiano Domenico Scarlatti, excelente intérprete, experto conocedor de la técnica instrumental y fecundo compositor de un valioso patrimonio de producción clavecinística. Nacido el mismo año que J. S. Bach y G. F. Haendel, ocupa en la historia de la música una posición intermedia entre el gran estilo contrapuntístico barroco y el espíritu más sencillo y ligero del posterior período galante, del que se le puede considerar precursor, sobre todo por sus más de quinientas sonatas para clave.
Su padre, Allessandro Scarlatti |
Juan V de Portugal |
A la edad de 34 años, Scarlatti era ya un prestigioso compositor de óperas, pero esta parcela de creación se verá interrumpida pronto debido a su traslado a Lisboa, donde fundamentalmente cultiva la música religiosa, que acompañaba a ceremonias reales y de iglesia. Escribe varios salmos y cantatas. Destaca entre su producción de esta época, el “Stabat Mater” para voces y órgano.
Pero sin duda, su obra maestra es la colección de “Sonatas para clave”, llenas de serenidad y fantasía, desarrolladas en un estilo magistral, sin perder por ello, la sencillez.
Sólo una minúscula fracción de su producción se publicó durante la vida del compositor. Parece que el mismo Scarlatti supervisó la publicación en 1738 de su colección más famosa, una antología de treinta sonatas que tituló “Essercizi per gravicemvalo”, que fue recibida con entusiasmo por el más destacado musicólogo del siglo XIX, Charles Burney. Aún hoy, la mayoría del repertorio scarlattiano interpretado en concierto está basado en los “Essercizi”.
Sin embargo, nos han llegado 555 sonatas bipartitas, siendo todas esencialmente de un solo movimiento divididas en dos partes iguales (y repetidas), pero comprenden una gama sorprendente de expresión musical e invención formal.
Las sonatas scarlattianas poseen una estructura que responde a una forma binaria compuesta por dos partes sensiblemente iguales, que está prevista que se repitan. La primera parte finaliza a menudo en la nota dominante y la segunda siempre en la tónica. Las cadencias con que se concluyen cada una de las dos partes son similares.
Hay pocas excepciones a este esquema básico. Scarlatti, gran creador de ideas musicales, no se preocupó en exceso de renovar las formas musicales de su época. Muchos grandes pianistas han interpretado sus sonatas: “Sonata en re menor, K5 - L267” (W. Horowitz); “Sonata en Fa # menor, K25- L481” (W. Horowitz); “Sonata K159 en Re mayor” (Ivo Pogorelich); “Sonata en re mayor -Tempo di Ballo” K430 (L463) (Glenn Gould); “Sonata L 33” (Horowitz); “Sonata K 20” (Ivo Pogorelich).
A primera vista la limpia y ordenada escritura de sus sonatas haría pensar que la ejecución de estas obras es relativamente sencilla. Nada más lejos de la realidad. La claridad de su pentagrama esconde terribles dificultades para el músico que las interpreta. Algunas contienen cambios de mano, saltos de octavas, complicados arpegios y escalas rapidísimas. En cuanto al ritmo, sus obras para teclado están animadas por un carácter vivo y variado, con una notable influencia de la rítmica de los aires populares de la música española. En numerosas ocasiones se escuchan células rítmicas que podríamos calificar de “ostinati” que recorren toda la longitud de la sonata y recuerdan a los del pulso de la guitarra flamenca. Se escuchan en su clave las notas repetidas de los instrumentos de cuerda pulsada o las castañuelas percutidas repetidamente.
Pero quizá el rasgo más sorprendente del arte de Domenico Scarlatti es su extraordinaria habilidad para la modulación, una de las marcas de estilo más sorprendentes del genio del napolitano. Es capaz de recorrer con ella todas las tonalidades dentro de una obra. Unas son en progresión, otras aparecen a intervalos, en ocasiones son abruptas: en estos casos, el oyente es llevado sin transición a otra región tonal, a veces muy alejada (a menudo un tono entero, otras veces una tercera). Observamos que el estilo italiano predomina en buena parte de ellas; otras en cambio, presentan características que podrían relacionarse con las formas musicales populares portuguesas (precedente del Fado), como es el caso de la “Sonata K 426” (Yevgeny Sudbin):
Clavecín |
Apuntamos como dato curioso el uso del modo “frigio” en su composición, que como sabemos es habitual en la mayoría de la música popular andaluza. Su escritura incluye en ocasiones el uso de la versión morisca del modo frigio, que era característico entonces de los gitanos.
Vemos reflejada esta práctica en las Sonatas “K. 116” (Yuri Egorov, piano) y en la “K. 519” (Bonaventura), donde también se advierte el típico cambio rítmico andaluz de 3/8 a 3/4 y el cambio de tonalidad mayor a menor.
El puerto de Sevilla en 1740 |
Es evidente que el creador italiano se había empapado de los rasgos autóctonos del arte andaluz, durante su estancia en Sevilla, asimilando por completo la naturaleza armónica de esta música tan característica. Particularmente interesante resulta esta profundización en materia de folclore andaluz, que posteriormente, ha sido objeto de estudio por parte de otros compositores, entre ellos Manuel de Falla, gran estudioso y admirador del legado “scarlattiano”. En la fecha de su publicación puede leerse en el prólogo estas palabras del propio Scarlatti, dirigidas al lector:
“No esperes en estas obras (que se publican sin interés ni ambición, sino sólo por obediencia) una profunda composición, pues sólo son bromas ingeniosas del Arte, para que consigas adiestrarte con desenvoltura en el clavicémbalo. Espero sean de tu agrado y después, más gustosamente obedeceré a otros mandatos para complacerte en un estilo más fácil y variado. ¡Vive feliz!”.
Obra coral
Antes de su llegada a España, Domenico Scarlatti había estrenado en Italia más de una decena de óperas que seguían la estela de las de su padre, Alessandro y que recurrían al estilo vocal del bel canto, cuyo triunfo ayudaron a imponer los Scarlatti. Cabe mencionar “Orlando” (1711), “Tetide in Sciro” (1712) (Anna German & Chamber ensemble "Con moto ma cantabile"), “Ifigenia in Aulide” e “Ifigenia in Tauride” (1713), “Amor d'un'ombra”, - Dio D'Amor e Caro Dardo” (1714) (Olalla Aleman, soprano; Xavier Sabata, contratenor) o “Amleto” (1715).
También compone una importante obra de polifonía vocal religiosa, entre la que se encuentra su “Stabat Mater” a diez voces (Les cris de Paris & dir. Geoffroy Jourdain)—escrito al “stilo antiquo” de la polifonía renacentista de tradición católica romana e hispánica para diez voces solistas en estilo contrapuntístico—, “Salve Regina” (Tafelmusik Baroque & Jeanne Lamon), la misa breve «La stella», un oratorio, varios “Te Deum”- “The Feast of All Saints” y “Magníficat” 1-4/10, 5-6/10, 7-10/10 (Concerto Italiano & Dir. Rinaldo Alessandrini).
Asímismo compuso un abundante número de cantatas de chiesa y de cantatas da camera profanas, entre las que pueden citarse la I «O qual meco, o Nice», "Pur nel sonno almen talora" (Lavinia Bertotti; soprano, Ensemble italiano), la III «Dir vorrei», o la VII «Scritte con falso inganno» (Patrizia Ciofi, soprano:Il Complesso Barrocco).
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