Durante mucho tiempo vivió en Berlín y Viena, por lo que se vinculó de forma decidida con el sinfonismo romántico alemán, su arte es sumamente personal, sin tendencias nacionalistas demasiado marcadas. Tampoco hay que considerarlo como el epígono del clasicismo vienés. Pertenecía a una familia de origen alemán que contaba con músicos desde hacía cuatro generaciones; su padre, violinista en la orquesta de la ópera real, le enseñó la práctica del violín desde temprana edad. A pesar de que no sabía nada de composición y armonía, Berwald comenzó a escribir muy pronto. Tras la muerte del padre en 1825, la familia sufrió unas condiciones económicas difíciles. Berwald obtuvo una beca del rey para estudiar en Berlín, donde se dedicó a componer óperas sin posibilidad de poder representarlas. Para subsistir en Berlín, Berwald comenzó una práctica clínica en ortopedia y fisioterapia en 1835, que resultó ser rentable. Algunos instrumentos ortopédicos inventados por Berwald se seguían utilizando décadas después de su muerte.
Estocolmo alrededor de 1850 |
Su producción fue escasa, sin embargo se puede encontrar su genio creador en, por ejemplo, su música de cámara (tríos, cuartetos de cuerdas, dos quintetos con piano, etc.), en sus poemas sinfónicos (todos compuestos antes que los de Liszt, que, dicho sea de paso, estaba sumamente impresionado por las dotes de este músico sueco) y, sobre todo, en sus cuatro sinfonías.
La “Sinfonía Nº 1 en Sol menor "Sérieuse” compuesta en 1842, tiene un sorprendente rigor de estructura y una riqueza de ideas melódicas tal que algunos autores se animan a hablar de Berwald como del “Schubert sueco”. Compuesta entre 1841 y 1842 para la Musikverein de Viena; estrenada el 2 de diciembre de 1843 en Estocolmo, bajo la dirección de Johann Berwald (primo del compositor). Fue la única que estrenó en su vida. La crítica la destrozó: la consideró una obra “pretenciosa”, con “extravagantes modulaciones” que formaban un “lío musical”, o mejor dicho “antimusical”, sin la más mínima idea melódica “inteligible”.
El primer movimiento es un Allegro con energía 1/2, 2/2 (Jena Philharmonic Orchestra & dir. David Montgomery) de un ritmo riguroso y variado, animado por una orquesta amplia y potente.
Un tema cantabile y flexible, especialmente, recorre la cuerda con insistencia. A este tiempo sucede un “Adagio maestoso”, en Fa mayor, de una noble grandeza, una especie de grave meditación que alcanza una expresiva plenitud hacia el centro de la pieza, con un “fortissimo” a base de acordes ascendentes en la orquesta que precede a la repetición del tema.
El Scherzo tiene un carácter fantástico, de esencia romántica muy marcada, y en él la cuerda gira sobre las precisas acentuaciones del viento. Un recuerdo del Adagio precede al final, que se encadena directamente con el “Allegro Molto” (Adagio- Allegro molto), que es sin dudas la página más asombrosa de la obra en dos aspectos: Berwald logra en ella una construcción que anticipa con mucho la evolución de la sinfonía romántica en una síntesis estilística de los anteriores movimientos; y por otra parte, la facilidad y la fuerza de la escritura nos impresiona: sucesión de secuencias melódicas y rítmicas contrastadas, soberana libertad en las modulaciones, potencia concisa de las ideas, que redundan en dinámicas opuestas bajo iluminaciones fugaces y vivamente resaltadas. Una breve y magnífica llamada de los trombones concluye la obra.
La Sinfonía nº 2 en Re Mayor “Capricieuse” II. Andante (Roy Goodman & Swedish Radio Symphony Orchestra), tiene un sorprendente rigor de estructura y una riqueza de ideas melódicas tal que algunos autores se animan a hablar de Berwald como del “Schubert sueco”.
La Sinfonía nº 3 en Do mayor, titulada “Sinfonie Singulière”, pasa por ser su obra cumbre. Fue compuesta en 1845 y estrenada en 1905, 37 años después de la muerte del compositor. Representa para muchos el nacimiento de la producción musical auténticamente escandinava, caracterizada por la robustez y la rusticidad que posteriormente apreciaremos en Grieg, Sibelius o Nielsen y alejada del romanticismo alemán que había inspirado sus dos primeras sinfonías. A diferencia de éstas y de lo habitual en la época, sólo cuenta con tres movimientos. El primero de ellos, “Allegro fuocoso” (Roy Goodman & Swedish Radio Symphony Orchestra), tiene una estructura basada en la tradicional forma sonata, tan querida a mediados del XIX. Sin embargo, la singularidad a la que se hace referencia en el título queda patente desde el principio, en el que aparece un efecto sin precedentes en ninguna partitura: una figura de dos notas se eleva en forma de escala desde los contrabajos y los chelos, pasando por los violines, clarinetes, oboes y flautas, enfrentada a una escala descendente en las cuerdas graves.
Cuando la escala ascendente alcanza su techo, los violines dan paso a una melodía romántica que a su vez es sucedida por una tercera melodía rápida y de nuevo ascendente. En vez de usar amplias melodías, Berwald usa pequeñas células que crean el efecto de que algo se está gestando hasta que por fin llega la explosión orquestal. Para nuestros oídos no es ninguna novedad, pero a mediados del siglo XIX esta ruptura de la ortodoxia beethoveniana era algo absolutamente original.
La “Sinfonía Nº 4 en Mi bemol, Naïve”, Mov 1, Mov. 2 y 3, Mov. 4 (Okko Kamu / Helsingborg Symphony Orchestra) fue estrenada en 1878, 10 años después de la muerte de Berwald, dado que el estreno inicial de 1848 en París tuvo que ser suspendido por los acontecimientos revolucionarios.
Su “Concierto para piano en Re mayor” Parte 1, Parte 2, Parte 3 (Stefan Lindgren, piano; The Royal Stockholm Philharmonic Orchestra & dir: Andrew Manze) acabado en 1855 y destinado a su alumna Hilda Aurora Thegerström (que continuaría sus estudios con Antoine François Marmontel y Franz Liszt), no fue estrenado hasta 1904, cuando Astrid, nieta del compositor, lo tocó en un concierto de estudiantes del Conservatorio de Estocolmo. El último movimiento ha sido comparado a otros trabajos de Robert Schumann o Edvard Grieg. Los tres movimientos se tocan sin pausas entre sí.
Sus cuartetos llaman poderosamente la atención: “Cuarteto no. 1 en Sol menor” 1/5, 2/5, 3/5, 4/5, 5/5 (Lysellkvartetten) compuesto en 1818 en Estocolmo, donde también se presenta una influencia extraordinaria: la de Schubert. También son destacables el “Cuarteto no. 2 en Mi bemol mayor” (1849) y el “Cuarteto no. 3 en La menor” (1849).
Sus composiciones de cámara con piano también son muy interesantes, destacando el “Piano Trío nº 1 en Mi bemol mayor” (1849) 1/3, 2/3, 3/3 (Bernt Lysell, violín; Ola Karlsson, cello & Stefan Lindgren, piano), el “Cuarteto en Mi mayor”, el “Quinteto nº 2” 1/3, 2/3, 3/3 (The Berwald Quartet & Stefan Lindgren, piano)
ó bien la “Fantasy on 2 Swedish folk-melodies” (Bengt-Åke Lundin, piano).
En 1866, Berwald recibió la “Orden de la Estrella Polar”, en reconocimiento a sus logros musicales. Al año siguiente, tras varios años de rechazos, el Conservatorio de Estocolmo le designó finalmente profesor de composición. Por esta época recibió varios encargos importantes, pero no viviría para cumplirlos.
Berwald murió en 1868 de neumonía y fue enterrado en el Cementerio septentrional de Estocolmo. Durante el funeral se interpretó el segundo movimiento Adagio de la "Sinfonía Nº1" en Sol menor (Okko Kamu / Helsingborg Symphony Orchestra.
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