El 23 de noviembre de 1876 nació en Cádiz, el compositor y pianista español Manuel de Falla que, con los catalanes Isaac Albéniz y Enrique Granados, es el tercero de los nombres que conforman la gran trilogía de la música nacionalista española.
Fue uno de los primeros compositores de esta tradición que, cultivando un estilo tan inequívocamente español como alejado del tópico, supo darse a conocer con éxito en toda Europa y América, y con ello superó el aislamiento y la supeditación a otras tradiciones a la que la música hispana parecía condenada desde el siglo XVIII. Nunca fue un compositor prolífico, pero sus creaciones, todas ellas de un asombroso grado de perfección, ocupan prácticamente un lugar de privilegio en el repertorio.
Recibió sus primeras lecciones musicales de su madre, una excelente pianista que, al advertir las innegables dotes de su hijo, no dudó en confiarlo a mejores profesores. Tras trabajar la armonía, el contrapunto y la composición en su ciudad natal con Alejandro Odero y Enrique Broca, ingresó en el Conservatorio de Madrid, donde tuvo como maestros a José Tragó y Felip Pedrell.
La influencia de este último sería decisiva en la conformación de su estética: fue él quien le abrió las puertas al conocimiento de la música autóctona española, que tanta importancia había de tener en la producción madura “falliana”. Tras algunas zarzuelas, hoy perdidas u olvidadas, como “Los amores de Inés”, los años de estudio en la capital española culminaron con la composición de la ópera “La vida breve” drama lírico (1905) (Ginette Neveu, violín - Jean Neveu, piano), que se hizo acreedora del primer premio de un concurso convocado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Aunque las bases del concurso estipulaban que el trabajo ganador debía representarse en el Teatro Real de Madrid, Falla hubo de esperar ocho años para dar a conocer su partitura, y ello ni siquiera fue en Madrid sino en Niza. Francia, precisamente, iba a ser la siguiente etapa de su formación: afincado en París desde 1907, allí entró en relación con Debussy, Ravel, Dukas y Albéniz.
Falla, con la meticulosidad y lentitud en él característica, ya había empezado a escribir en 1911 una de sus mejores y más fascinante composiciones instrumentales y una impresionante sinfonía para piano y orquesta, que tituló “Noches en los Jardines de España”, dividida en tres partes: “En el Generalife” (Walter Gieseking, piano - Kurt Schroeder and the RSO Frankfurt), “Danza Lejana” (Martha Argerich, piano Orchestra della Svizzera Italiana y “En los Jardines de la Sierra de España" (Alicia de Larrocha, piano - Orchestre Symphonique de Montréal). Obra en la que, a pesar del innegable aroma español que presenta, está latente cierto impresionismo en la instrumentación.
La madurez creativa de Falla empieza con su regreso a España, en el año 1914. Es el momento en que compone sus obras más célebres: la pantomima “El amor brujo” (1915) : Danza ritual del fuego (Chicago Symphony Orchestra, dir. Daniel Barenboim), el ballet “El sombrero de tres picos” (Madrid 1917 - Londres 1919) (Orquestra sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña & dir. Lawrence Foster), éste compuesto para cumplimentar un encargo de los célebres Ballets Rusos de Serge de Diaghilev, las “Siete canciones populares españolas para voz y piano” (1914) 1-4, 5-7 (José Carreras) y la “Fantasía bética para piano” (1919) (Alicia de Larrocha, piano), la última de las grandes páginas andaluzas.
En esta época, Falla se trasladó a Granada trazando una relación con el poeta García Lorca, que también era un músico competente, e indujo a Falla a ocuparse con más profundidad del cante jondo.
Su estilo fue evolucionando a través de estas composiciones desde el nacionalismo folclorista que revelan estas primeras partituras, inspiradas en temas, melodías, ritmos y giros andaluces o castellanos, hasta un nacionalismo que buscaba su inspiración en la tradición musical del Siglo de Oro español y al que responden la ópera para marionetas “El retablo de maese Pedro” (1923), (Orchestra di Roma e del Lazio & dir. Mario Ancillotti), una de sus obras maestras, basado en un episodio Del Quijote de la Mancha, de Cervantes.
A partir de la composición El Retablo, Falla se fue interesando, cada vez más por las sonoridades y para estas disponía de un instrumento idóneo: el clave. “El Concierto para clavicémbalo; flauta, oboe, clarinete, violín y violonchelo” (1923-1926) Parte I. Allegro, Parte II. Lento, Parte III. Vivace (Harpsichord Schirmer Ensemble Kelly, dir. Brett), se compone de estas sonoridades a un tiempo majestuoso y también ásperas. Esta obra exigió tres años de trabajo encarnizado. A partir de 1925, Falla empezó a sufrir grandes trastornos respiratorios y nerviosos, que le dejaban cada vez menos energías para el trabajo. Viajó por Francia, Inglaterra, Italia entablando amistad con Malipiero, Casella y Rieti.
La obra “Homenajes” (1932 - 1939) es una suite orquestal escrita a partir de composiciones anteriores. En ella encontramos un “Homenaje a la tumba de Debussy”, de 1920 (Juliam Bream), escrita para guitarra y transcrita para piano inmediatamente después, un “Homenaje a la tumba de Paul Dukas”, de 1935 (Rafael Orozco), y una “Fanfarria sobre el nombre de Arbós”, compuesta hacia 1933. A estas obras hay que añadir una nueva pieza escrita en 1938, denominada “Pedreliana”, sobre temas de La Celestina de Felipe Pedrell (maestro de Falla y renovador de la música moderna española).
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